
Esos días de los que hablo, se suceden de la siguiente forma: café de buenos días y puesta en marcha, café y cigarrillos, café y discusiones, café y gritos, café y llega la calma, café y me doy una vuelta para estirar las piernas, café y revisarlo otra vez todo, café y receso para comer algo, café de después de comer, café y vuelta a rehacer todo lo que hasta el momento ya estaba hecho pero que así no era, café y habanos (algunos se pueden dar un capricho de vez en cuando, y la verdad que viene bien para desconectar y cambiar la dinámica de grupo, aunque nada más olerlos se suma un factor más para el dolor de cabeza que terminas teniendo), café y consenso, café y cigarrillo s, café y dolor de cabeza (ahí está, sabía que no tardaría en aparecer). Café y miras el reloj para irte a casa, café y empiezas a plantearte pedírtelos descafeinados (pero eso es como beber una cerveza sin alcohol, para eso no bebes cerveza y punto).
Cuando estás en el coche de vuelta a casa, el camino se te hace interminable. Piensas en por qué estás haciendo lo que estás haciendo, piensas en que deberías estar haciendo otra serie de cosas que te darían una recompensa más rápida y menos quebraderos de cabeza. Pero por otro lado, hay algo, una sensación difícil de explicar con palabras, que hace que siga adelante, que me hace sacarle el jugo dulce a este mordisco tan amargo. No sé lo que es, pero finalmente siempre termino haciéndolo. Como dice el dicho, supongo que: “sarna con gusto no pica, pero mortifica”
“Café cocido, café perdido”